sábado, octubre 30, 2010

La silla presidencial


Es la mejor evidencia del extraordinario poder del Presidente de la República. Poco importa que se haya reformado la Constitución más de treinta veces, y que, incluso, en la más reciente reforma se hubiesen reducido, a menos formalmente, las atribuciones del presidente. Es una herencia que viene desde aquel famoso artículo 210 de la Constitución de 1844, unida a treinta años de dictadura y veintidós años de autoritarismo. La costumbre sigue, a pesar de la denominada modernidad y transparencia. Justo es decir que en ella se han sentado demócratas, hombres excepcionales, que nunca ejercieron el poder para su beneficio personal ni familiar. Pero, cuando ella está en los escenarios, hay un símbolo del poder. Inclusive, hay disputas protocolares por estar a su derecha e izquierda. A veces, también, sobresale demasiado, cuando se le compara con otras de tamaño normal. Incluso, tiene su propio transporte, y hasta su propio personal de seguridad, que se encarga de trasladarla y de mantenerla brillosa e intocable. En ocasiones, he visto la tristeza de algunos ciudadanos que cuando ella es retirada antes de comenzar la actividad, a veces de manera sigilosa y tímida, interpretan esa acción como señal de desgracia política. Es la silla presidencial, uno de los pocos símbolos del poder que han perdurado irracionalmente, y que forma parte del ADN del ejercicio del poder en República Dominicana.

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