domingo, noviembre 28, 2010

1957, la pareja


Desde que mis padres se conocieron, hubo el flechazo. Su noviazgo fue corto. Mi padre se empleó a fondo para conseguir que mi abuelo materno, Alfonso Mera, hombre de campo, dijera que sí al matrimonio entre Asela y Salvador. Se casaron el 21 de septiembre de 1957. Desde el primer momento, mi madre fue no solo su esposa, sino su amiga, su consejera, su apoyo, en cualquier circunstancia.

Ella sacrificó sus estudios por él, y se convirtió en su asistente. Todas las notas, instancias, documentos y ponencias que hacía mi padre eran dictadas por él a mi madre. Y ella, con su paciencia que siempre le caracterizaba, las transcribía con su hermosa e inconfundible caligrafía. Para esto no había hora, ni días de descanso. Mi padre es muy malo en la máquina de escribir, y es más no recuerdo haberlo visto nunca sentado ante un computador. Todo lo contrario de mi madre. Ella, a pesar de su edad, estaba muy al día en la tecnología. Entre las primeras computadoras Apple que llegaron al país en a principios de los ochenta, una de esas estaba en mi casa, gracias a la insistencia de mi madre. Hasta el día de su muerte, tuvo una Mac.

Solo durante la revolución de abril de 1965, hubo una separación física entre ambos. Por razones obvias. Mi padre estaba en Ciudad Nueva, y mi madre en Santiago. Sin embargo, cuando ocurrió la batalla del Hotel Matum, ambos estaban juntos. Ni siquiera la cárcel los separó más. Cuando mi padre estuvo preso injustamente, mi madre llegaba a la prisión a las ocho de la mañana, y se retiraba a las seis de la tarde. Todos los días. A pesar de lo amargo de esos días, fue una extraordinaria lección de amor.

Mi padre sufrió la diabetes de mi madre, quien la padecía desde los 15 años de edad. Nunca estudio medicina, pero se hizo experto en diabetes. Sabía incluso hasta por la forma de dormir, o hasta por cualquier gesto de mi madre, que ella necesitaba tomarse un jugo de naranja con azúcar. Pocas personas saben que por la diabetes, mi madre tuvo dos embarazos fallidos. Me cuentan que mi nacimiento fue toda una celebración en Santiago, al igual que el de Dilia. Claro, en la medida en que la edad de mi madre avanzaba, la diabetes iba empeorando. Mi padre lo sintió y lo sufrió hasta aquella madrugada del 14 de junio de 2007.

En todos los momentos de la vida pública de mi padre, mi madre siempre estuvo con él. Como abogado, político, Jefe de Estado, padre de familia, esposo, amigo. En los buenos y en los malos. En la luz y en la oscuridad. En las alegrías y en las penas. Hoy, aunque ella no está físicamente entre nosotros, ella está acompañando a mi padre en esta dura prueba de vida. Eso me da mucha tranquilidad. Ellos nacieron en hogares diferentes, pero eran uno para el otro. ¡Qué legado!

2 comentarios:

Anónimo dijo...

una mujer excelente como la describe la biblia

Felivia dijo...

Muy tierno tu relato. Qué amor más bonito el de tus padres!!
Un abrazo :)