lunes, noviembre 29, 2010

1989, unión, fuerza y amor



He pasado muchas duras pruebas en mi vida, junto a mi familia. Pero pocas, como la de aquel verano de 1989. Mi padre estaba guardando prisión en la entonces "Cárcel Preventiva La Fe". Mi madre le visitaba todos los días, al igual que Dilia y yo, solo que mi madre permanecía desde las 8am hasta las 6pm, diariamente. Esto implicaba toda una logística en el sentido de que debíamos enviarle el desayuno, almuerzo y cena, cada día. En partidas dobles. A veces, Dilia llevaba el almuerzo, y yo, la cena, o viceversa.

Un sábado caluroso de ese verano, mi madre se despedía de mi padre. Iba cargada con una canasta que tenía los platos de su cena. La celda de mi padre estaba en un segundo piso, por lo tanto, ella debía bajar las escaleras, llegar al primer piso y salir hacia el parqueo. Ocurrió lo impensable:

Bajando las escaleras, mi madre se cayó, y sufrió una terrible fractura en el tobillo y en el pie izquierdo. No quiero recordarme mucho de ese día, pero ha sido la mayor sensación de impotencia que uno pueda sentir. Mi padre, desesperado en su celda, y mi madre, llevada de urgencia a una reconocida clínica privada, en condiciones de gravedad, por su conocida diabetes. Con toda responsabilidad hoy digo que los primeros auxilios que ella recibió no fueron a la altura de su gravedad. Le pudieron un yeso que le provocó quemaduras de tercer grado, y la situación se fue complicando, cada día que pasaba.

Vivíamos, durante esos días, entre la cárcel y la clínica, agustiados. En esas circunstancias, no hubo otra alternativa que viajar a Miami con ella. Debo ser justo, y reconocer que el presidente Joaquín Balaguer autorizó la salida de mi padre, y todos juntos, viajamos a Miami, con el Doctor Escipión Oliveira, un extraordinario profesional de la medicina y excelente ser humano.

Mi madre pasó cerca de un mes internada en el hospital. En su habitación, nos tomamos la foto que comparto con ustedes. Se observa la pierna izquierda de mi madre con unos clavos sobrepuestos antes del tobillo, y los dedos de los pies enyesados. Mi madre permaneció otros meses más en silla de ruedas. Luego tuvo que utilizar calzados especiales.

Mi padre sufrió esto como si hubiese sido él mismo, como yo sé que mi madre sufriría ver a mi padre batallando para salir del estado de coma. Pudimos salir de esta dura prueba, unidos. Mi padre nos enseñó a Dilia y a mi una frase inolvidable, que repetimos antes del almuerzo familiar: "Unión, fuerza y amor... venceremos".

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