viernes, diciembre 31, 2010

1970, el nacimiento de Dilia Leticia


El nacimiento de mi hermana, Dilia Leticia, fue una historia de amor y de ternura, que mi padre, Salvador Jorge Blanco, vivió junto a mi madre, Asela Mera de Jorge. Él lo relata, al detalle, en el texto que transcribiré, y que lo hago, como último apunte del año, en honor a la memoria de mis padres, que están juntos en mejor vida. Oportunamente, continuaré narrando vivencias, historias y lecciones de dos vidas ejemplares, y que siempre estarán en mi memoria. Comparto con ustedes este texto:

RELATO

Por: Salvador Jorge Blanco.

Él estaba percibiendo fuertes palpitaciones del vientre sobre una de sus piernas, de tal manera que se ha despertado a las dos de la madrugada del 21 de diciembre quedándose despierto para apreciar mejor esa percepción y no atribuirla al sueño. Respira profundamente tratando de sentir el olor a fresa característico en el diabético cuando el azúcar ja subido más allá de su nivel en el cuerpo humano y al mismo tiempo intenta atisbar convulsiones propias del descenso del azúcar en el cuerpo. La despierta indicándole que le tomaría el pulso y comprueba cien pulsaciones por minuto. Esto indica que el corazón está caminando más de pronto que lo normal, siendo lo único cuya ignorancia médica le permite concluir. Toma el Pinard (pequeño estetoscopio inventando por un científico francés) para oír los latidos de la criatura en el vientre y cuenta en un minuto ciento cuarenta pulsaciones. Esta operación la ha venido realizando durante los últimos meses hasta tres veces al día, habiendo sido entrenado para esto. Este pequeñito corazón si parece que está normal, por lo que se tranquilizan y deciden no llamar a los médicos, sino esperar que la aurora anuncie la mañana.

Se dispone a dormir pero no concilia el sueño, pues grandes interrogantes intensifican su insomnio. ¿Qué estará pasando? Retrospectivamente su recuerdo vuela hacia aquella Babel gigante verdadera selva humana en esta civilización. En dos oportunidades los galenos del Hospital Mount Sinai han fracasado. La naturaleza los ha vencido y también el fatalismo que el vulgo atribuye al azúcar en el cuerpo humano y las grandes dificultades en la gestación de una joven que intenta romper las barreras de la maternidad. Pero, hay una esperanza que también obliga a desechar los malos recuerdos que solamente acuden a la mente del hombre en la medida de realizar una superación, porque nadie recuerda con el propósito de volver a sucumbir en un momento angustioso de la existencia. Piensa en el fruto de cuatro años que rompió esa creencia y que permitió a un grupo de galenos de Santiago de los Caballeros hacer lo que en el Hospital Mount Sinai no fue posible. El buen precedente es una esperanza en esa angustia que lentamente acompaña el transcurso del tiempo; pero lo malos precedentes son también sentencias en el devenir del hombre y pesan con fuerza inaudita. Mentalmente realiza un balance de la gestación. En conjunto buena, sin embargo, en el segundo mes del embarazo el vientre se vació, reduciendo su tamaño a los límites del embrión muerto.

A las siete de la mañana repite la operación de tomar el pulso. Los latidos maternales del corazón se mantienen en cien pulsaciones. Procede nuevamente a oír los látidos de la criatura que son normales. Es una sensación agradable porque es un tic-tac parecido a un pequeño motorcito que marcha rítmicamente a velocidad de ciento cuarenta pulsaciones por minuto.

Llama a los médicos. El obstetra adelanta una cita considerando que la cesárea no puede esperar. A las once de la mañana su sangre es extraída para una reserva en caso de emergencia, pues coincidencialmente los progenitores pertenecen al mismo grupo sanguíneo.

Es la una de la tarde de día veintiuno de diciembre. Han transcurrido unas doce horas cuando un grito rompe las paredes cercanas de la sala de operaciones. Un embozado sale a dar la buena nueva. Es una hembra que pese a los siete meses luce viable, después de doce horas muy importantes en la vida intrauterina de esa mujer.


Feliz año nuevo.

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